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jueves, 20 de octubre de 2016

Fiesta deLos Pepones, Verano 2016, Pregón de Jose Manuel >Moreno Ferreiro




Pregón “Los Pepones”

Sra. Teniente Alcalde del Ayuntamiento de Vélez-Málaga, Ana Campos
Sra. Presidenta de la Asociación La Ermita de los Pepones, Mari Carmen Palma
Sr. Vicepresidente del Consejo Regulador de las Denominaciones de Origen “Málaga”, “Sierras de Málaga” y “Pasas de Málaga”, José Gámez Villalba
Homenajeados
Juan Gámez Villalba
Queridas Rocío y Beatriz, gracias por venir.

Queridos amigos:
Ante todo quisiera daros las gracias por contar conmigo para pregonar vuestra Fiesta a campo abierto en esta su décimo tercera edición. Para algunos de vosotros, los más supersticiosos, seré el pregonero doce más uno, y para otros simplemente el pregonero del año 2016, el bisiesto de los 366 días, sobre el que la UNESCO nos ha hecho soñar proclamándolo “año del entendimiento mundial”. Pero, al margen de esas referencias cabalísticas habéis de saber, los unos y los otros, que me considero un hombre afortunado porque me habéis dado una oportunidad inimaginable para mi hace muy poco tiempo: la de conocer el maravilloso lugar que habitáis y descubriros a través de vuestra historia y de vuestra memoria.

Creía que esto iba a ser llegar y besar el santo pero, os tengo que decir, en honor a la verdad, que he tenido que luchar contra viento y marea para encontrar las palabras adecuadas para poder estar a la altura del arte que atesora este campo sin fronteras, que habéis creado y cuidado conscientes de que es vuestro hogar, a pesar de que muchos de vosotros estéis viviendo muy lejos de aquí, tal vez demasiado.

Espero estar a la altura de mis predecesores y que, si eso no fuese así, sepáis disculpar mis torpezas, pues de antemano tenéis que saber que le habéis otorgado el honor de ser pregonero a un hombre poco experimentado en estas artes.

Estaba en Almáchar tomando un café con mi buen amigo Juan Gámez, cuando me sugirió ser pregonero de la Fiesta de los Pepones. Tengo que confesaros que no sabía nada acerca de vosotros. ¿Los Pepones? dije desconcertado a la vez que intrigado. Sí, hombre, Los Pepones, me dijo, como obligándome a hacer memoria. Como Juan es buen maestro y yo un eterno aprendiz que siempre ve la botella del conocimiento medio vacía, y conocedor de que “no hay nada más fecundo que la ignorancia consciente de sí misma”1 empecé a preguntarle acerca de vosotros.

Enamorado como está de este rincón de la Axarquía me habló un buen rato de vuestras fiestas y de vuestra forma de ser. Lo hizo con tanta pasión que sus palabras me hacían imaginaros alegres habitantes de un pequeño paraíso que os había moldeado a su imagen y semejanza.

Más tarde me confesaría que él mismo era peponero consorte, o sea, que había sido cocinero antes que fraile. Comprendí entonces su querencia por esta tierra, porque como un ilustre peponero más adelante me diría “uno é de donde é su mujé”.

En honor a la verdad su propuesta me resultó muy halagadora, pero a pesar de ello, de mi reprobable desconocimiento, y de que “en la mayoría de los casos la ignorancia es algo superable”2, preferí dar por hecho que había sido solo una sugerencia y no un encargo, motivo por el que me dio la sensación, tal vez, queriéndome engañar a mí mismo, de que la demanda terminaría diluyéndose en su memoria y en la mía como el azúcar en el café que en aquel momento me habían servido.

Sin embargo, todos sabemos que nadie puede escapar a su destino. Y así fue.

Tal vez un mes más tarde, estando en Vélez, el otro pueblo de esta historia, vuestro querido y honorífico Ángel Espartero, peponero converso y confeso, rememoró mi encuentro con Juan dando por hecho mi condición de pregonero de vuestra Fiesta a la que acudo hoy con la humildad del que sabe que le han otorgado un honor que está por encima de sus méritos.
Hoy veo como una enorme casualidad que se me empujase a vuestro encuentro desde esos dos pueblos que os han moldeado como sois, Almáchar y Vélez.

Juan y Ángel, me mostraron el camino para encontrarme con vosotros. Me hicieron traspasar, y se lo agradezco, una frontera cerrada hasta entonces para mí, que crucé a la vez que ignorante deseoso de entregarme a la adolescente emoción de descubriros.

Y aquí me tenéis dispuesto a firmar mi compromiso fraternal con vosotros, los peponeros, como cuando vine de mi Galicia natal para hacerme malagueño, a los diez años

Así pues, empecé a buscaros.
Confiado en que todos los caminos conducen a Roma, estuve durante días navegando en un mar de dudas esperando descubrir esta tierra, dándole la vuelta a mi pequeño mundo dispuesto a localizaros a toda costa entre libros y en el mapa, por algún que otro buscador de Internet. Cervantes, que nos dejó hace 400 años, dejó dicho, que “el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”, así pues leí todo lo que cayó en mis manos sobre vosotros, y esperé pacientemente el momento de venir aquí para sentiros antes de empezar la difícil tarea de expresar con palabras la encomienda de mis dos mentores.

Y como el cielo “del estiércol sabe levantar los pobres y de los tontos hacer discretos”3 poco a poco fui desterrando mi primitiva ignorancia y empecé a estar al tanto de vuestro mundo, que para mí era un mundo nuevo repleto de historia, tradiciones y energía, compendio de migraciones y emigraciones, de traslados obligados por exceso de cupo, y de mucho trabajo, propio de aquellos que están casados con la tierra.

La historia dice que Álmachar, tierra de poco pan, y estrecha para tanta gente trabajadora, desde sus orígenes musulmanes y después tras los Repartimientos de los Reyes Católicos ha tenido que buscarse la vida fuera de sus murallas administrativas. Sus laboriosos habitantes nunca han dudado en ir diariamente a cuidar sus viñas donde estuviesen, para volver exhaustos al atardecer y recogerse, fervorosamente, en la taberna. Pero jamás antes de ponerse el sol. Lo contrario sería deshonroso. Siempre en un viaje de ida y vuelta sujeto a las inclemencias del tiempo y de la fortuna, que todos los días concluía, y aún concluye hoy, en el acogedor regazo del hogar.
Así se han visto gentes de Almáchar en El Borge, en Cútar, en Triana, en la Zorrilla y en tantos otros lugares, eso sí, siempre en horas de trabajo, cuidando “de lo suyo”, podando, cavando, binando, despuntando y vendimiando y volviendo a empezar una y otra vez, pero siempre con los ojos puestos en el camino de vuelta a casa. De Almáchar al trabajo y del trabajo a Almáchar, como Dios manda.

Es curioso, sin embargo, que esa costumbre pendular de ida y vuelta fuera rota allá por el siglo XIX, en el que una familia almachareña, conocida hoy como los Pepones, decidiera asentarse en uno de aquellos lugares que el destino les había reservado. Ese hecho marcaría el inicio de una comunidad distinguida y diferente formada por gente trabajadora - como no podía ser de otra manera – a la vez que fiestera. Su sangre viñera cubriría esta tierra de moscateles, y sus voces acabarían sacando del silencio hermosas y poéticas palabras dedicadas a las cosas importantes de la vida, esa, por la que se levanta la copa y “que cada día renace con fuerza tras los espejos rotos del recuerdo”, como dice mi buen amigo y poeta, Jesús García Gallego.

Aquellas gentes, vuestros antepasados, habían introducido su caballo de Troya en Vélez. Sin embargo, nunca romperían el cordón umbilical con su tierra originaria, con su patria chica, que definitivamente quedaría sellado un día de 1950 con la entrega por el pueblo de Almáchar de su querida y venerada Virgen de la Inmaculada a la Ermita Escuela fundada por el Obispado de Málaga en tiempos de Herrera Oria.

Este hermoso gesto pleno de fraternidad dice mucho de la condición de las gentes de los montes axárquicos, deseosas siempre de mantener la unión por encima de las barreras que la naturaleza, caprichosa, ha decidido forjar en este rincón del mundo. Es fruto de un sentimiento con el que se nace, tal vez consecuencia de sentirse hijo de una tierra que enclaustra, que lo exige todo, y que a veces destierra.

Este deseo de comunicarse, me dio pie a imaginarme a vuestros mayores caminando por tortuosos senderos buscándose entre sí para saludarse y hablar sobre cosas cotidianas, andando en vilo con el corazón tantas veces suspendido entre barrancos para ir a un duelo o para ayudar a una parturienta, para hacer las tornas en el campo arrimando el hombro, animándose los unos a los otros, para encontrar el amor de su vida en aquel baile de rueda al atardecer de un día de verano como el de hoy; y en épocas de vendimia andando caminos padres e hijos con el frutero a la cabeza rebosante de uvas elegidas por perfectas, para llevarlas al toldo, protagonista encalado del paisaje y de la esperanza, esa que Aristóteles decía que es el sueño del hombre despierto.

Y yo, con mi esperanza puesta en veros con mis propios ojos, seguía soñando entre lectura y lectura con vuestros antepasados, que me los imaginaba en ese templo del trabajo y de la convivencia que es el lagar, entre cajones y cajas de pasas apiladas, capachos, formaletes, canastos, aperos y utensilios para la faena y muebles improvisados para el descanso, comiendo del mismo plato en tiempos de carestías y ausencias, pero alegres, bailando y cantando ruedas y verdiales la noche de las candelas; siempre pegados al trabajo, arreglando las pasas, picándolas sentados bajo la enramada de caña.

Pero como todo llega, un día, por fin, pude venir a Los Pepones. Entré por Vélez, por el camino agrícola que lo conecta con Almáchar y Benamocarra.

Nada tenía que ver aquel paisaje yermo en viñas y abundante en aguacates y mangos con el que habrían visto vuestros antepasados. Nada tenía que ver, pero sin embargo la tierra mostraba un suelo que gritaba el orgullo silente de haber sido viñero, de haber sido el sustento pobre de las uvas más ricas del mundo, criadas con el sudor de tantas familias. El cambio mágico lo había hecho el agua traída por el grupo de riego “Capellanía Patarra” liderado por Salvador Palma y D. Celso, allá por el año 1986.

Cuando llegué a esta plaza de Oseito, contemplar el paisaje y la ermita me produjo una gran emoción, pero más aún hablar con vosotros, con Paco Antorro, con Mari Carmen, con Estela, con Juan Antonio “el rubio”, con Ani, con Antonio y Mari, con los descendientes de aquellos que habiendo dejado su Almáchar natal se anudaron a esta tierra convirtiéndola en el ombligo de su mundo.
Hablamos un buen rato en la Ermita, construida en vuestra tierra con vuestras propias manos obreras.
- “Yo mismo de chico arrimaba ladrillos, por eso me duele tanto esta ermita”; “A la escuela venían a aprender los niños y las niñas, daba igual la edad, todos mezclados. Eso sí, cuando se podía. Y cuando no se podía, los maestros iban a dar clases a las casas, cobrando alguna peseta, porque los niños tenían que ir a las pasas hasta el mes de noviembre”. Nos contaba Paco Antorro, sabiendo bien lo que decía.

Alguno se bautizó en la ermita y se casó en la ermita, y aprendió a leer y escribir en la ermita, aquella escuela que con altar, pila bautismal y pupitres de madera enfrentados a una enorme pizarra, lo mismo servía para un roto que para un descosido.

Con tanta vida, la ermita se veía obligada a salir de sus muros. La devoción llevaba en andas a la Virgen en procesión todas las semanas de casa en casa, por el río Álmachar, Perales, La Cochera o Cucharin.

Después, un día, aparecieron los curas, los seminaristas, a pasar los veranos, y aficionaron a algunos a escribir poesía. Se juntaron entonces el hambre con las ganas de comer y se forjaron poetas como Pepe Beltrán, Aurelio Terrón, Antonio Santana Beltrán “El Maestrillo” y los Antonios Terrones y Barranquero, todos con las manos encalladas pero de sabia elocuencia lírica, que no hicieron más que sacar a la luz la natural sensibilidad de las gentes de esta tierra. Una sensibilidad que se transformaba en fiesta a manos de murguistas y tocaores siempre dispuestos a ir de un lado para otro con tal de llevar la música y la poesía a sus vecinos. ¡Cuánta alegría y cuánta esperanza en los jóvenes corazones de ellos!, ¡y de ellas!. ¡Cuántas ruedas en la plazoleta!, ese rincón peponero, caja fuerte de tantos secretos.

Hoy en día, en tiempos de Wiffys, Ipads, youtubers, móviles y de grandes espectáculos… nos admira veros amantes de esas cosas maravillosas que, como decía un fiestero, “no sirven pa ná”, de que os reunáis a campo abierto a escuchar poesía, y de que lo llenéis como si fuese un campo de futbol.
Así, sin quererlo, aunque hayan cambiado mucho las cosas, habéis convertido esta tierra en una isla de libertad poética y alegría en medio de Vélez, en un lugar de descanso y de silencios rotos por versos y fiestas romeras, sedientas de hermandad, más fuertes que los modernos trasiegos del campo.

Por eso regresáis aquí siempre, para escucharos a vosotros mismos, aunque seáis otros y os hayáis expandido como las nervaciones de una hoja de parra. Pero volvéis porque esto es vuestro, porque aquí le dais alas a vuestra memoria y a vuestro futuro. Todos sois de aquí aunque seáis de Benamocarra, de Almáchar, de Vélez o de Barcelona.

Conserváis vuestra identidad protegida del mundo exterior para después mostrársela como es a través de la pintura y de la poesía en torno a un símbolo de vuestra vida cotidiana compartido con la naturaleza. Cada año, un día como hoy, sacáis a la luz viñas, aguacates, olivos, mulos o caballos. Hogaño, en el cartel, el tentador chumbo el de la diminuta espina que siempre tiene penitencia pero nunca propósito de la enmienda, y fruto prohibido para los malabaristas, y en el concurso poético, la de los higos y brevas: la higuera, el “árbol de arrope viudo y leche amarga” y “meca de lujurias y avisperos” de Miguel Hernández, el de las mieles escondidas en odres suspendidos al alcance de la mano.

Queridos amigos, todos somos invitados de la vida, pero vosotros formáis parte de esos pueblos privilegiados que le sacan partido a esa invitación. Vuestra alegría de vivir se palpa en los gestos, en como habláis apasionadamente de vuestra romería, de vuestras fiestas de verano, de la del Corpus o de la de San Isidro, en el hecho de que aún os emociona ver los fuegos artificiales de las fiestas de Almáchar desde la Cortijada de Arriba.

Habéis dado con la horma de vuestro zapato: vuestra propia tierra, un arriate de fertilidad poética en Vélez, una isla afortunada, un Triviño axárquico al que estáis atados.

He llegado a la conclusión después de este viaje hacia vosotros que ser peponero no es una coyuntura temporal sino una condición permanente que os hace diferentes a la vez que os iguala a los mejores. En vosotros he visto a vuestros antepasados, aunque hayáis pasado del secano al regadío y de la viña al aguacate. No olvidéis nunca vuestro origen. Sois la sal de esta tierra: los que os habéis quedado, los que os habéis tenido que ir y deseáis volver a vuestra Ítaca soñada, y los que se han ido para estar presentes para siempre.

Habéis sido un descubrimiento para mí. Me gustáis como sois, alegres, porque no habéis nacido para ser tristes, puro mestizaje de inteligencias soñadoras, fieles al terruño transformado de vuestros mayores, creadores de las tradiciones que serán de vuestros hijos. Sin saberlo, estáis cumpliendo con vuestra misión haciendo algo más grande que vosotros mismos.

Sois arquitectos de una obra que os sobrevivirá.
Sois de los que cardan la lana. Vosotros mismos os pregonáis y por vuestros actos seréis conocidos, vosotros y vuestra tierra. Quizás no hubierais necesitado un pregonero.
Sin embargo, a mí, queridos amigos, sí me habéis enseñado muchas cosas y por eso sinceramente, hoy, de nuevo doy las gracias a mis estimados Juan y Ángel que me llevaron al callejón sin salida del afecto por este trocito de tierra. Y a vosotros, los peponeros, por no haberle puesto puertas al campo, abriéndolo a los impredecibles caminos del arte sin artificios en el que caben el entendimiento y todos los sueños.
Muchas gracias 13 de agosto de 2016
1 Ortega y Gasset
2 Aldous Huxley
3 Miguel de Cervantes

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