Entradas populares

domingo, 22 de abril de 2012

En 2010. Lo dijo una gran Pregonera, Margarita, una entrañable amiga

Pregonar es alabar en público los hechos y cualidades de algo o de alguien, y para escribir sobre algo a campo abierto, con el corazón abierto me fui una tarde a conocer Los Pepones. El coche me trajo despacio por un camino estrecho. A lado y lado, los frondosos aguacates pintaban de verde el paisaje. Subí hasta lo alto, donde está la ermita, una ermita que no parece una ermita, si no fuera porque lo anuncia un pequeño campanil.


Dos centinelas verdes, un naranjo y un limonero, vigilan y adornan la entrada, y un pequeño muro de piedra que limita la carretera, me sirve de atalaya para mirar el paisaje. Casitas diseminadas entre los montes, la majestad de Sierra Tejeda dibujando en gris el perfil del horizonte y, entre el tapiz de aguacates, unos espigados cipreses crecen alineados buscando el cielo, quizás porque es verdad que los cipreses creen en Dios. Me siento en el muro de la carretera y me abandono a la quietud del entorno. Se oye el silencio, un silencio espeso que sólo rompen los trinos de los pájaros y el ladrido lejano de un perro. Se respira un aire de campo cargado de aromas limpios. Se respira paz. Me gusta el campo, sentir de cerca la naturaleza viva, sentir la tierra bajo mis pies, como en la preciosa escena de la película en la que una mujer, que echaba de menos su pueblo, volvía a él para verlo por última vez; sentada en medio del campo se quitaba los zapatos y, cerrando sus ojos cansados, hundía sus pies entre la hierba para sentir en su piel el calor de sus raíces, de la tierra de siempre, esa nostalgia dormida en el tiempo, esa querencia que canta el poema de Miguel Hernández:

Una querencia tengo por tu acento
una apetencia por tu compañía
y una dolencia de melancolía
por la ausencia del aire de tu viento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario