Sra.
Teniente Alcalde del Ayuntamiento de Vélez-Málaga, Ana Campos
Sra.
Presidenta de la Asociación La Ermita de los Pepones, Mari Carmen
Palma
Sr.
Vicepresidente del Consejo Regulador de las Denominaciones de Origen
“Málaga”, “Sierras de Málaga” y “Pasas de Málaga”,
José Gámez Villalba
Homenajeados
Juan
Gámez Villalba
Queridas
Rocío y Beatriz, gracias por venir.
Queridos
amigos:
Ante
todo quisiera daros las gracias por contar conmigo para pregonar
vuestra Fiesta a campo abierto en esta su décimo tercera edición.
Para algunos de vosotros, los más supersticiosos, seré el
pregonero doce más uno, y para otros simplemente el pregonero del
año 2016, el bisiesto de los 366 días, sobre el que la UNESCO nos
ha hecho soñar proclamándolo “año del entendimiento mundial”.
Pero, al margen de esas referencias cabalísticas habéis de saber,
los unos y los otros, que me considero un hombre afortunado porque me
habéis dado una oportunidad inimaginable para mi hace muy poco
tiempo: la de conocer el maravilloso lugar que habitáis y
descubriros a través de vuestra historia y de vuestra memoria.
Creía
que esto iba a ser llegar y besar el santo pero, os tengo que decir,
en honor a la verdad, que he tenido que luchar contra viento y marea
para encontrar las palabras adecuadas para poder estar a la altura
del arte que atesora este campo sin fronteras, que habéis creado y
cuidado conscientes de que es vuestro hogar, a pesar de que muchos de
vosotros estéis viviendo muy lejos de aquí, tal vez demasiado.
Espero
estar a la altura de mis predecesores y que, si eso no fuese así,
sepáis disculpar mis torpezas, pues de antemano tenéis que saber
que le habéis otorgado el honor de ser pregonero a un hombre poco
experimentado en estas artes.
Estaba
en Almáchar tomando un café con mi buen amigo Juan Gámez, cuando
me sugirió ser pregonero de la Fiesta de los Pepones. Tengo que
confesaros que no sabía nada acerca de vosotros. ¿Los Pepones? dije
desconcertado a la vez que intrigado. Sí, hombre, Los Pepones, me
dijo, como obligándome a hacer memoria. Como Juan es buen maestro y
yo un eterno aprendiz que siempre ve la botella del conocimiento
medio vacía, y conocedor de que “no hay nada más fecundo que la
ignorancia consciente de sí misma”1
empecé a preguntarle acerca de vosotros.
Enamorado
como está de este rincón de la Axarquía me habló un buen rato de
vuestras fiestas y de vuestra forma de ser. Lo hizo con tanta pasión
que sus palabras me hacían imaginaros alegres habitantes de un
pequeño paraíso que os había moldeado a su imagen y semejanza.
Más
tarde me confesaría que él mismo era peponero consorte, o sea, que
había sido cocinero antes que fraile. Comprendí entonces su
querencia por esta tierra, porque como un ilustre peponero más
adelante me diría “uno é de donde é su mujé”.
En
honor a la verdad su propuesta me resultó muy halagadora, pero a
pesar de ello, de mi reprobable desconocimiento, y de que “en la
mayoría de los casos la ignorancia es algo superable”2,
preferí dar por hecho que había sido solo una sugerencia y no un
encargo, motivo por el que me dio la sensación, tal vez, queriéndome
engañar a mí mismo, de que la demanda terminaría diluyéndose
en su memoria y en la mía como el azúcar en el café que en aquel
momento me habían servido.
Sin
embargo, todos sabemos que nadie puede escapar a su destino. Y así
fue.
Tal
vez un mes más tarde, estando en Vélez, el otro pueblo de esta
historia, vuestro querido y honorífico Ángel Espartero, peponero
converso y confeso, rememoró mi encuentro con Juan dando por hecho
mi condición de pregonero de vuestra Fiesta a la que acudo hoy con
la humildad del que sabe que le han otorgado un honor que está por
encima de sus méritos.
Hoy
veo como una enorme casualidad que se me empujase a vuestro encuentro
desde esos dos pueblos que os han moldeado como sois, Almáchar y
Vélez.
Juan
y Ángel, me mostraron el camino para encontrarme con vosotros. Me
hicieron traspasar, y se lo agradezco, una frontera cerrada hasta
entonces para mí, que crucé a la vez que ignorante deseoso de
entregarme a la adolescente emoción de descubriros.
Y
aquí me tenéis dispuesto a firmar mi compromiso fraternal con
vosotros, los peponeros, como cuando vine de mi Galicia natal para
hacerme malagueño, a los diez años
Así
pues, empecé a buscaros.
Confiado
en que todos los caminos conducen a Roma, estuve durante días
navegando en un mar de dudas esperando descubrir esta tierra, dándole
la vuelta a mi pequeño mundo dispuesto a localizaros a toda costa
entre libros y en el mapa, por algún que otro buscador de Internet.
Cervantes, que nos dejó hace 400 años, dejó dicho, que “el que
lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”, así pues leí todo
lo que cayó en mis manos sobre vosotros, y esperé pacientemente el
momento de venir aquí para sentiros antes de empezar la difícil
tarea de expresar con palabras la encomienda de mis dos mentores.
Y
como el cielo “del estiércol sabe levantar los pobres y de los
tontos hacer discretos”3
poco a poco fui desterrando mi primitiva ignorancia y empecé a estar
al tanto de vuestro mundo, que para mí era un mundo nuevo repleto de
historia, tradiciones y energía, compendio de migraciones y
emigraciones, de traslados obligados por exceso de cupo, y de mucho
trabajo, propio de aquellos que están casados con la tierra.
La
historia dice que Álmachar, tierra de poco pan, y estrecha para
tanta gente trabajadora, desde sus orígenes musulmanes y después
tras los Repartimientos de los Reyes Católicos ha tenido que
buscarse la vida fuera de sus murallas administrativas. Sus
laboriosos habitantes nunca han dudado en ir diariamente a cuidar sus
viñas donde estuviesen, para volver exhaustos al atardecer y
recogerse, fervorosamente, en la taberna. Pero jamás antes de
ponerse el sol. Lo contrario sería deshonroso. Siempre en un viaje
de ida y vuelta sujeto a las inclemencias del tiempo y de la fortuna,
que todos los días concluía, y aún concluye hoy, en el acogedor
regazo del hogar.
Así
se han visto gentes de Almáchar en El Borge, en Cútar, en Triana,
en la Zorrilla y en tantos otros lugares, eso sí, siempre en horas
de trabajo, cuidando “de lo suyo”, podando, cavando, binando,
despuntando y vendimiando y volviendo a empezar una y otra vez, pero
siempre con los ojos puestos en el camino de vuelta a casa. De
Almáchar al trabajo y del trabajo a Almáchar, como Dios manda.
Es
curioso, sin embargo, que esa costumbre pendular de ida y vuelta
fuera rota allá por el siglo XIX, en el que una familia
almachareña, conocida hoy como los Pepones, decidiera asentarse en
uno de aquellos lugares que el destino les había reservado. Ese
hecho marcaría el inicio de una comunidad distinguida y diferente
formada por gente trabajadora - como no podía ser de otra manera –
a la vez que fiestera. Su sangre viñera cubriría esta tierra de
moscateles, y sus voces acabarían sacando del silencio hermosas y
poéticas palabras dedicadas a las cosas importantes de la vida, esa,
por la que se levanta la copa y “que cada día renace con fuerza
tras los espejos rotos del recuerdo”, como dice mi buen amigo y
poeta, Jesús García Gallego.
Aquellas
gentes, vuestros antepasados, habían introducido su caballo de Troya
en Vélez. Sin embargo, nunca romperían el cordón umbilical con
su tierra originaria, con su patria chica, que definitivamente
quedaría sellado un día de 1950 con la entrega por el pueblo de
Almáchar de su querida y venerada Virgen de la Inmaculada a la
Ermita Escuela fundada por el Obispado de Málaga en tiempos de
Herrera Oria.
Este
hermoso gesto pleno de fraternidad dice mucho de la condición de las
gentes de los montes axárquicos, deseosas siempre de mantener la
unión por encima de las barreras que la naturaleza, caprichosa, ha
decidido forjar en este rincón del mundo. Es fruto de un sentimiento
con el que se nace, tal vez consecuencia de sentirse hijo de una
tierra que enclaustra, que lo exige todo, y que a veces destierra.
Este
deseo de comunicarse, me dio pie a imaginarme a vuestros mayores
caminando por tortuosos senderos buscándose entre sí para
saludarse y hablar sobre cosas cotidianas, andando en vilo con el
corazón tantas veces suspendido entre barrancos para ir a un duelo o
para ayudar a una parturienta, para hacer las tornas en el campo
arrimando el hombro, animándose los unos a los otros, para
encontrar el amor de su vida en aquel baile de rueda al atardecer de
un día de verano como el de hoy; y en épocas de vendimia andando
caminos padres e hijos con el frutero a la cabeza rebosante de uvas
elegidas por perfectas, para llevarlas al toldo, protagonista
encalado del paisaje y de la esperanza, esa que Aristóteles decía
que es el sueño del hombre despierto.
Y
yo, con mi esperanza puesta en veros con mis propios ojos, seguía
soñando entre lectura y lectura con vuestros antepasados, que me los
imaginaba en ese templo del trabajo y de la convivencia que es el
lagar, entre cajones y cajas de pasas apiladas, capachos, formaletes,
canastos, aperos y utensilios para la faena y muebles improvisados
para el descanso, comiendo del mismo plato en tiempos de carestías y
ausencias, pero alegres, bailando y cantando ruedas y verdiales la
noche de las candelas; siempre pegados al trabajo, arreglando las
pasas, picándolas sentados bajo la enramada de caña.
Pero
como todo llega, un día, por fin, pude venir a Los Pepones. Entré
por Vélez, por el camino agrícola que lo conecta con Almáchar y
Benamocarra.
Nada
tenía que ver aquel paisaje yermo en viñas y abundante en aguacates
y mangos con el que habrían visto vuestros antepasados. Nada tenía
que ver, pero sin embargo la tierra mostraba un suelo que gritaba el
orgullo silente de haber sido viñero, de haber sido el sustento
pobre de las uvas más ricas del mundo, criadas con el sudor de
tantas familias. El cambio mágico lo había hecho el agua traída
por el grupo de riego “Capellanía Patarra” liderado por Salvador
Palma y D. Celso, allá por el año 1986.
Cuando
llegué a esta plaza de Oseito, contemplar el paisaje y la ermita me
produjo una gran emoción, pero más aún hablar con vosotros, con
Paco Antorro, con Mari Carmen, con Estela, con Juan Antonio “el
rubio”, con Ani, con Antonio y Mari, con los descendientes de
aquellos que habiendo dejado su Almáchar natal se anudaron a esta
tierra convirtiéndola en el ombligo de su mundo.
Hablamos
un buen rato en la Ermita, construida en vuestra tierra con vuestras
propias manos obreras.
-
“Yo mismo de chico arrimaba ladrillos, por eso me duele tanto esta
ermita”; “A la escuela venían a aprender los niños y las
niñas, daba igual la edad, todos mezclados. Eso sí, cuando se
podía. Y cuando no se podía, los maestros iban a dar clases a las
casas, cobrando alguna peseta, porque los niños tenían que ir a las
pasas hasta el mes de noviembre”. Nos contaba Paco Antorro,
sabiendo bien lo que decía.
Alguno
se bautizó en la ermita y se casó en la ermita, y aprendió a leer
y escribir en la ermita, aquella escuela que con altar, pila
bautismal y pupitres de madera enfrentados a una enorme pizarra, lo
mismo servía para un roto que para un descosido.
Con
tanta vida, la ermita se veía obligada a salir de sus muros. La
devoción llevaba en andas a la Virgen en procesión todas las
semanas de casa en casa,
por el río
Álmachar, Perales, La Cochera o Cucharin.
Después,
un día, aparecieron los curas, los seminaristas, a pasar los
veranos, y aficionaron a algunos a escribir poesía. Se juntaron
entonces el hambre con las ganas de comer y se forjaron poetas como
Pepe Beltrán, Aurelio Terrón, Antonio Santana Beltrán “El
Maestrillo” y los Antonios Terrones y Barranquero, todos con las
manos encalladas pero de sabia elocuencia lírica, que no hicieron
más que sacar a la luz la natural sensibilidad de las gentes de esta
tierra. Una sensibilidad que se transformaba en fiesta a manos de
murguistas y tocaores siempre dispuestos a ir de un lado para otro
con tal de llevar la música y la poesía a sus vecinos. ¡Cuánta
alegría y cuánta esperanza en los jóvenes corazones de ellos!, ¡y
de ellas!. ¡Cuántas ruedas en la plazoleta!, ese rincón peponero,
caja fuerte de tantos secretos.
Hoy
en día, en tiempos de Wiffys, Ipads, youtubers, móviles y de
grandes espectáculos… nos admira veros amantes de esas cosas
maravillosas que, como decía un fiestero, “no sirven pa ná”, de
que os reunáis a campo abierto a escuchar poesía, y de que lo
llenéis como si fuese un campo de futbol.
Así,
sin quererlo, aunque hayan cambiado mucho las cosas, habéis
convertido esta tierra en una isla de libertad poética y alegría en
medio de Vélez, en un lugar de descanso y de silencios rotos por
versos y fiestas romeras, sedientas de hermandad, más fuertes que
los modernos trasiegos del campo.
Por
eso regresáis aquí siempre, para escucharos a vosotros mismos,
aunque seáis otros y os hayáis expandido como las nervaciones de
una hoja de parra. Pero volvéis porque esto es vuestro, porque aquí
le dais alas a vuestra memoria y a vuestro futuro. Todos sois de aquí
aunque seáis de Benamocarra, de Almáchar, de Vélez o de Barcelona.
Conserváis
vuestra identidad protegida del mundo exterior para después
mostrársela como es a través de la pintura y de la poesía en torno
a un símbolo de vuestra vida cotidiana compartido con la naturaleza.
Cada año, un día como hoy, sacáis a la luz viñas, aguacates,
olivos, mulos o caballos. Hogaño, en el cartel, el tentador chumbo
el de la diminuta espina que siempre tiene penitencia pero nunca
propósito de la enmienda, y fruto prohibido para los malabaristas, y
en el concurso poético, la de los higos y brevas: la higuera, el
“árbol de arrope viudo y leche amarga” y “meca de lujurias y
avisperos” de Miguel Hernández, el de las mieles escondidas en
odres suspendidos al alcance de la mano.
Queridos
amigos, todos somos invitados de la vida, pero vosotros formáis
parte de esos pueblos privilegiados que le sacan partido a esa
invitación. Vuestra alegría de vivir se palpa en los gestos, en
como habláis apasionadamente de vuestra romería, de vuestras
fiestas de verano, de la del Corpus o de la de San Isidro, en el
hecho de que aún os emociona ver los fuegos artificiales de las
fiestas de Almáchar desde la Cortijada de Arriba.
Habéis
dado con la horma de vuestro zapato: vuestra propia tierra, un
arriate de fertilidad poética en Vélez, una isla afortunada, un
Triviño axárquico al que estáis atados.
He
llegado a la conclusión después de este viaje hacia vosotros que
ser peponero no es una coyuntura temporal sino una condición
permanente que os hace diferentes a la vez que os iguala a los
mejores. En vosotros he visto a vuestros antepasados, aunque hayáis
pasado del secano al regadío y de la viña al aguacate. No olvidéis
nunca vuestro origen. Sois la sal de esta tierra: los que os habéis
quedado, los que os habéis tenido que ir y deseáis volver a
vuestra Ítaca soñada, y los que se han ido para estar presentes
para siempre.
Habéis
sido un descubrimiento para mí. Me gustáis como sois, alegres,
porque no habéis nacido para ser tristes, puro mestizaje de
inteligencias soñadoras, fieles al terruño transformado de vuestros
mayores, creadores de las tradiciones que serán de vuestros hijos.
Sin saberlo, estáis cumpliendo con vuestra misión haciendo algo
más grande que vosotros mismos.
Sois
arquitectos de una obra que os sobrevivirá.
Sois
de los que cardan la lana. Vosotros mismos os pregonáis y por
vuestros actos seréis conocidos, vosotros y vuestra tierra. Quizás
no hubierais necesitado un pregonero.
Sin
embargo, a mí, queridos amigos, sí me habéis enseñado muchas
cosas y por eso sinceramente, hoy, de nuevo doy las gracias a mis
estimados Juan y Ángel que me llevaron al callejón sin salida del
afecto por este trocito de tierra. Y a vosotros, los peponeros, por
no haberle puesto puertas al campo, abriéndolo a los impredecibles
caminos del arte sin artificios en el que caben el entendimiento y
todos los sueños.
Muchas
gracias 13 de agosto de 2016
1
Ortega y Gasset
2
Aldous Huxley
3
Miguel de Cervantes